Solo es el fin del mundo: Cómo las historias apocalípticas reflejan nuestros mayores miedos
Desde pandemias y zombis hasta ciudades cubiertas de vegetación y cielos teñidos de rojo, las narrativas apocalípticas llevan décadas capturando nuestra imaginación
El fin del mundo unca deja de estar de moda. Nos fascina. Nos aterra. Desde pandemias y zombis hasta ciudades cubiertas de vegetación y cielos teñidos de rojo, las narrativas apocalípticas llevan décadas capturando nuestra imaginación. Y no es casualidad. En cada historia sobre el colapso de la humanidad, encontramos algo mucho más profundo que simples paisajes devastados: un espejo de nuestros propios miedos y ansiedades.
Vivimos en tiempos que se sienten perpetuamente al borde. Crisis climática, inestabilidad económica, pandemias globales. El apocalipsis en la cultura pop no es solo una fantasía; es nuestra forma de procesar la incertidumbre, de jugar con lo peor que podría pasar y, quizá, encontrar consuelo en ello.
El apocalipsis como herramienta cultural
El fin del mundo no es un tema nuevo. Desde los relatos bíblicos hasta las películas postnucleares de los años 80, siempre hemos especulado sobre cómo todo podría desaparecer. Pero si antes el apocalipsis llegaba como algo externo (asteroides, alienígenas, bombas atómicas), en las historias contemporáneas el verdadero enemigo suele estar mucho más cerca: nosotros mismos.
Cuando era un poco más que un niño, la idea del fin del mundo dejó de ser una fantasía y empezó a parecer algo peligrosamente real. Eran esos años ochenta sin filtro, de dos cadenas y videoclub, en el que la familia se sentaba a ver la tele junta, cayese lo que cayese. Fue en ese contexto cuando vi, casi por accidente, El día después (1983), aquel telefilme que retrataba con una crudeza insoportable los efectos de una guerra nuclear en una pequeña ciudad de Estados Unidos y que hizo que el propio Ronald Reagan se replantease la estrategia nuclear de su país..
Recuerdo perfectamente esa sensación de vacío en el estómago mientras observaba cómo la vida cotidiana —padres llevando a sus hijos al colegio, jóvenes enamorados y vecinos saludándose en la calle— se desmoronaba en cuestión de segundos. Las imágenes durísimas de las miserias de la vida después de una guerra nuclear en los Estados Unidos menos glamurosos. Aún hoy, pienso en cómo El día después fue capaz de transformar una amenaza abstracta en algo tan real, tan próximo. No necesitabas entender la geopolítica; solo tenías que mirar el terror en los rostros de sus personajes.
Mad Max había hecho algo parecido pero de forma distinta. Aquella Australia postapocalíptica, donde el caos y la violencia dominaban cada kilómetro de carretera, no era tan realista como El día después, pero sí mucho más afilada e igual de perturbadora. A mis ojos de entonces, era fascinante y aterradora a la vez: un mundo donde las estructuras sociales habían colapsado y solo los más fuertes o los más locos sobrevivían. El rugido de los motores, la arena y el cuero, la sensación de que nada tenía reglas ni final feliz...
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que ambas películas me marcaron porque, en el fondo, hablaban del mismo miedo: la idea de que todo lo que damos por hecho —la rutina, la familia, la estabilidad— puede desaparecer en un instante. Pero también dejaban algo más: una pequeña chispa de resiliencia, la certeza de que, incluso en los escenarios más oscuros, siempre hay alguien dispuesto a luchar por algo, aunque sea solo por sobrevivir.
Cinco visiones del apocalipsis
1. Neon Genesis Evangelion: El apocalipsis psicológico
Pocas obras han sido tan analizadas, reinterpretadas y discutidas como Neon Genesis Evangelion. Lo que comenzó en 1994 como un manga y se consolidó en 1995 como una serie de anime de mechas —el género protagonizado por robots gigantes inmensamente popular y comercial en Japón— se convirtió en una de las exploraciones más profundas y perturbadoras del colapso emocional y espiritual del ser humano. La genialidad de Evangelion reside en cómo Hideaki Anno toma el tropo del apocalipsis y lo convierte en una metáfora: el fin del mundo no es solo la destrucción física del planeta, sino el colapso interno de quienes intentan salvarlo.
Shinji Ikari, su protagonista, no encarna al héroe tradicional. Es un adolescente frágil y lleno de dudas, incapaz de soportar la presión que le imponen tanto su padre como el destino de la humanidad. Cada batalla contra los “ángeles” —seres enigmáticos que amenazan con causar el Tercer Impacto— es también una batalla interna: entre sus deseos de ser amado, su miedo al rechazo y su incapacidad para conectar con los demás.
La verdadera batalla en Evangelion no es contra los ángeles, sino contra uno mismo. El apocalipsis exterior es solo un reflejo del caos que llevamos dentro.
Sin embargo, la saga no se limita al anime original. El universo de Evangelion ha evolucionado a través de las películas Rebuild of Evangelion, que reconstruyen y reinterpretan la historia desde una nueva perspectiva. En particular, Evangelion: 3.0+1.0 Thrice Upon a Time (2021) ofrece un cierre que, aunque sigue siendo existencial y complejo, deja entrever una luz al final del túnel. La película muestra cómo, incluso después de la destrucción total, es posible encontrar redención y reconstrucción.
La estética visual de Evangelion —sus escenarios colosales, la iconografía religiosa y la brutalidad de las batallas— ha sido imitada pero nunca igualada. Es una obra que atraviesa el tiempo y que, casi 30 años después, sigue resonando con generaciones que lidian con las mismas preguntas: ¿quién soy? ¿por qué estoy aquí? ¿puedo ser amado?
2. The Last of Us: Obra maestra en dos formatos
Si Evangelion es la exploración del apocalipsis psicológico, The Last of Us es una cátedra sobre cómo sobrevivir a un mundo que ya no te quiere en él. Lo extraordinario de The Last of Us es que ha sabido reinventarse en dos formatos: primero como una saga de videojuegos —una obra maestra del medio— y, recientemente, como una serie de televisión que mantiene intacta su profundidad emocional y narrativa.
Lanzado en 2013 por Naughty Dog, The Last of Us no es solo un juego-saga sobre infectados y supervivencia; es una experiencia profundamente humana. A través de Joel y Ellie —una pareja disfuncional obligada a confiar el uno en el otro—, el juego nos lleva por un viaje brutal, lleno de pérdidas, decisiones imposibles y momentos de calma en medio del caos.
Lo que distingue al videojuego es su capacidad para involucrar al jugador no solo como espectador, sino como participante activo. Cada bala escasa, cada decisión moral y cada silencio entre Joel y Ellie se sienten personales. La relación entre ambos no es solo el corazón de la historia; es la historia en sí misma. A medida que avanzamos, la línea entre “el bien” y “el mal” se desdibuja, recordándonos que, en el fin del mundo, la humanidad es tanto la víctima como el villano.
En 2023, The Last of Us dio el salto a la televisión de la mano de HBO y Craig Mazin (Chernobyl), logrando algo que pocas adaptaciones consiguen: honrar el material original mientras amplía su alcance emocional. La serie no solo captura la atmósfera opresiva y el mundo devastado del juego, sino que también profundiza en personajes secundarios que apenas habían sido esbozados.
Episodios como el dedicado a Bill y Frank (Long, Long Time) transforman una historia de supervivencia en una oda al amor y a lo que significa encontrar belleza en un mundo roto. La actuación de Pedro Pascal (Joel) y Bella Ramsey (Ellie) eleva aún más la narrativa, mostrando las mismas dinámicas del juego con una vulnerabilidad que traspasa la pantalla.
The Last of Us no es una historia sobre el fin del mundo; es una historia sobre lo que hacemos para proteger a quienes amamos, incluso si eso significa sacrificarlo todo.
La serie, como el juego, deja una pregunta en el aire: ¿qué queda de nuestra humanidad cuando todo se derrumba? ¿Vale la pena sobrevivir si hemos perdido lo que nos hace humanos?
3. Don’t look up: El apocalipsis como sátira
En un mundo obsesionado con los likes, los memes y las tendencias virales, Don’t Look Up de Adam McKay es una bofetada satírica tan incómoda como necesaria. La película retrata un apocalipsis que llega con un asteroide que cae directo hacia la Tierra. La amenaza es inminente y científica, pero en lugar de actuar, la humanidad decide mirar hacia otro lado. Y eso es lo más aterrador de todo.
Don’t Look Up no nos pide que creamos en un mundo ficticio. Nos lanza un espejo incómodo que refleja nuestro presente: un sistema incapaz de reaccionar a crisis reales como el cambio climático, la pandemia o las desigualdades globales. La humanidad está demasiado distraída para tomarse en serio lo urgente.
La película va un paso más allá al mostrarnos cómo, incluso en los últimos minutos del mundo, la negación y el egoísmo ganan la partida. La humanidad no muere por el impacto del asteroide, sino por su incapacidad para actuar colectivamente. Mientras algunos buscan salvarse solos o extraer un beneficio económico del desastre, el resto mira hacia arriba, demasiado tarde.
Al final, Don’t Look Up no es una película que te deja con esperanza. Es una advertencia. Un “y si…” que resulta escalofriante porque, en realidad, no está muy lejos de la verdad. Nos reímos porque duele. Nos reímos porque sabemos que, en el fondo, estamos más cerca de la pantalla que del asiento.
4. En el corazón del bosque: El regreso a la naturaleza como última esperanza
En la adaptación a comic del bestseller En el corazón del bosque de Jean Hegland que realiza el francés Lomig (Errata Naturae), el apocalipsis no es ruidoso ni espectacular. No hay zombis, explosiones ni batallas desesperadas. Lo que queda, después del colapso del mundo tal como lo conocemos, es el silencio de los árboles y el susurro del viento en un bosque que parece el último refugio posible.
Lomig construye un relato donde dos hermanas se ven abocadas a intentar reconstruir su vida en armonía con la naturaleza, lejos del sistema que devastó el planeta. El bosque no es solo un escenario, sino un personaje vivo, bello e implacable, que sugiere una pregunta incómoda: ¿podremos reconciliarnos con la naturaleza antes de que sea demasiado tarde?
Lo apocalíptico en En el corazón del bosque no reside en el colapso de la sociedad, sino en la certeza de que la naturaleza seguirá adelante con o sin nosotros.
5. Melancolía: El fin del mundo como un estado emocional
En Melancolía (2011), Lars von Trier nos presenta el apocalipsis como un poema visual de tristeza y aceptación. A diferencia de otras historias apocalípticas donde el caos es el motor de la narrativa, aquí el fin del mundo es inevitable, lento y casi hermoso. La película no trata de sobrevivir, sino de cómo afrontamos el final cuando ya no hay esperanza.
La historia gira en torno a dos hermanas: Justine (Kirsten Dunst), una novia profundamente deprimida en el día de su boda, y Claire (Charlotte Gainsbourg), que representa la ansiedad ante lo que está por venir. Mientras un planeta llamado "Melancolía" se aproxima lentamente a la Tierra, los personajes atraviesan sus propias fases emocionales: negación, pánico y, finalmente, una aceptación casi serena.
Von Trier utiliza el apocalipsis como una metáfora de la depresión. El planeta Melancolía no es solo una amenaza externa; es una representación visual del vacío y la desesperanza que consumen a Justine. Mientras todos a su alrededor pierden el control —con Claire aterrorizada por lo inevitable—, Justine permanece extrañamente tranquila. Para ella, el fin del mundo no es un evento catastrófico, sino una prolongación natural de lo que ya siente por dentro.
Visualmente, Melancolía es una obra maestra. Lars von Trier presenta imágenes que son tanto inquietantes como sublimes: caballos corriendo en cámara lenta bajo un cielo ominoso, cuerpos flotando en el agua con vestidos de novia, y un planeta gigante que se aproxima lentamente, llenando el horizonte con su presencia. El fin del mundo nunca había sido tan bello, y esa belleza es lo que lo hace aún más perturbador.
El fin del mundo en Melancolía no es un espectáculo. Es un espejo. Nos recuerda que la tristeza y el caos pueden ser tan inevitables como un planeta que cae del cielo.
Lo más impactante de Melancolía es su honestidad brutal. No hay héroes, no hay salvación, y el apocalipsis no viene con un clímax ruidoso. Simplemente sucede, como sucede la depresión, con una lentitud aplastante y una certeza ineludible. Lo único que queda es cómo elegimos afrontarlo: con desesperación, como Claire, o con una calma inquietante, como Justine.
Y tú, ¿Qué salvarías?
El apocalipsis puede adoptar muchas formas: zombis, invasiones alienígenas, un simple asteroide. Pero su función en la cultura pop siempre es la misma: confrontarnos con la pregunta más importante de todas. Si todo desapareciera mañana, ¿Qué quedaría de ti? ¿Qué salvarías?
Yo he elegido estas cuatro pero hay, claro, un montón más ¿Cuál es tu historia apocalíptica favorita y qué crees que nos dice sobre el mundo en el que vivimos? Escríbeme respondiendo a este correo o déjame un comentario en Bluesky o Instagram. Me encantaría leer tus reflexiones.
Cuídense, nos vemos por aquí la semana que viene.