El dilema del coleccionista
Alex Serrano
Cualquiera que acumule artefactos culturales remotamente coleccionables está familiarizado con esta paradoja: parte importante de coleccionar algo y su gozo derivado vienen de poder exhibirlo ante otros (las cosas bonitas están para compartirlas) pero, muy a menudo, prestar alguno de estos artefactos supone no volver a verlo en mucho tiempo, o nunca. Guardar celosamente nuestros tesoros o compartirlos con otros que quizás nunca nos los devuelvan es un tema delicadísimo, sobre todo para aquellos que crecimos en los ochenta y noventa, cuando había que hacer un esfuerzo más complejo que el combo clicks+dinero para hacerse con tesoros y conocimiento.
A lo largo de los años, por mis manos han pasado artbooks raros, revistas japonesas inencontrables, lujosos manuales de juegos de rol o cómics únicos. Siempre, o casi siempre, volvían a su propietario en un plazo razonable. En cambio, como lo que para uno es un chiste es una tragedia para otro, acumulo desde mi más tierna adolescencia un largo historial de ingenuos préstamos que acabarían tornando en perpetuos. Aquellos veranos en Irlanda en los que mi prima se encaprichaba de mi único suéter nuevo y de marca (que solo volvía a mí tras semanas de persecución y disgustos) no fueron aviso suficiente para lo que vendría después.
Han pasado casi treinta años y todavía no entiendo en qué momento me pareció buena idea dejarle mi ejemplar de la limitadísima primera edición del juego de rol de Fanhunter firmado y dedicado por Cels Piñol a alguien que ni siquiera era mi amigo, o camuflar un cotizado dojinshi guarro de Dragon Ball en el número 100 de la Patrulla-X para que el tipo al que se los presté desapareciese con ambos. He tenido secuestrados cómics de importación durante lustros por personas que los perdían en su casa tras sucesivas mudanzas. No tengo ni idea de a quién dejé mi ejemplar de Loops o dónde están mis ediciones de Drácula o Ironwolf de Mignola, y hace un par de años mi primo Manu me devolvió una bolsa llena de tomos con cosas como Marvels o Kingdom Come que no recordaba haberle dejado y, pensaba que seguían en algún lugar de mi biblioteca.
La gota que colmó el vaso creo que vino con Fran Nixon. Fuimos amigos durante años y le abrí las puertas de mi vida, mi casa y, claro, mi colección de cómics, libros y discos. En los albores de la fiebre zombie, le hablé de Guerra Mundial Z, de Max Brooks, y le dejé mi copia del libro. A Fran mi libro le sirvió para tirarse el pisto dejándoselo -sin mi permiso ni conocimiento- a Ramón Rodríguez (The New Raemon). A Ramón mi libro (que sigue teniendo) le sirvió como inspiración para escribir la canción Un apocalipsis, como contaría posteriormente en entrevistas en las que se mencionaba a Fran y a Guerra Mundial Z pero, claro, no a mí. Yo no conozco a Ramón, no me interesa especialmente su música y nunca recuperé mi libro. Es un bestseller y puedo reponerlo fácilmente pero, ya sabéis: los símbolos, el subtexto. De eso va todo.
De este último préstamo fallido extraje dos conclusiones. La primera es intentar no tener amigos artistas. Yo no soy artista y un artista siempre va a poner a otro artista -cualquier artista- por delante de quien no lo es, incluso si es su amigo. Aquí pongo dos excepciones, que son:
A)David López, dibujante extraordinario a quien llamo amigo desde hace más de dos décadas y que nunca, nunca me ha hecho sentir mal por no ser artista. Luego también es que David es tan especial, que lo de artista se le queda pequeño
B)Mi amigo Quique. Desde que le conozco, he visto en él más hechuras y planta de artista que muchos artistas. Es carismático, fiel, estiloso y sensible y, pese a tener muchos amigos artistas y otros que no, su trato con todos es igual de cercano, y su cariño es igual de sincero. Quique se ha convertido de facto en el artista que ya era al frente de su grupo Caballo Prieto Azabache, pero sigue siendo el Quique de siempre, e incluso un poco mejor.
Dicho todo esto, tengo claro que mis ejemplares de Big Numbers y otras cosas que son tesoros para mí y cuatro más como yo, no van a salir nunca de mis estanterías. Hace tiempo que decidí que los cómics, libros y discos que salgan de mi casa lo harán en forma de regalo y para no volver. Todo lo demás se quedará en Bolsón Cerrado para disfrute de las rarísima visitas interesadas, para que mi chica lo use como posavasos o que mi hijo juegue con ello.
Me costó años pero,, por fin, resolví el dilema del coleccionista.
Menú de la semana
-Para que voy a hacer un resumen comiquero de lo que se nos viene encima, cuando Álvaro Pons ya lo hace tan bien en El País.
-Bebería whisky japonés solo por esta etiqueta de Kazuo Kamimura.
-Me tiene que llegar ya mi copia de Bat Kid, edición yanqui de un manga clásico de beisbol. Este artículo del Comics Journal cuenta por qué es importante y cómo mola (mucho).
-Lorenzo Montatore y sus dibujos diarios me alegran siempre el día.
-El nuevo disco de The Weeknd tiene una canción para cada estado de ánimo. Lo cuentan en MTV.
-"“En los conciertos de Esplendor Geométrico, si estás metido, estás meditando”. Gloriosa entrevista de Beatburger a Arturo Lanz, de los pioneros electrónicos Esplendor Geométrico.
-"Ventas de discos de vinilo llegaron a su punto máximo, pero tenerlos es una perdida de tiempo". En The Independent, Katie Edwards polemiza, que algo queda sobre el tema streaming versus vinilos. Yo soy vinilero, Katie, por el vinilo muero.
-Vamos fuertecito con el listado de 101 discos importantes que saldrán en 2022. Y esto es solo el principio.
-Atiende, que vuelven Beavis & Butthead.
-El último episodio de The Cut, uno de mis podcasts favoritos de la vida, analiza la figura de los HIMBOS: hombres buenorros, algo tontos, pero con gran inteligencia emocional. ¿Realidad o mito? Juzguen ustedes.
-No se pierdan la sexta temporada de Slow Burn, dedicada al caso Rodney King y los disturbios de Los Ángeles.
-Cómo Arnold Swarzenegger inspiró Pequeña Miss Sunshine. De verdad.
-El museo del Prado abre una isla en Animal Crossing: New Horizons con varias de sus obras. Bonito es poco, BONIQUEST.
El vídeo
Sen Senra se estrena esta semana en sala de grandísimo aforo, el WiZink Center de Madrid. Tremendo salto.